Las oportunidades se agotan. El tiempo pasa y la
sociedad en general, salvo honrosas excepciones, se aleja a pasos agigantados
de los loables principios que defiende este documento promovido en el entorno
de Naciones Unidas allá por el año 2000. Nuestro
planeta se acerca poco a poco
al coma irreversible, pero aún estamos a tiempo de salvarlo.
David Val Palao
27/febrero/2014
Casi 14 años después de
que se publicara la Carta de la Tierra se podría decir que, una vez más, se
está muy cerca de demostrar que con una declaración no se transforma el mundo.
El destino habitual de cartas de este tipo es “el panteón de declaraciones
ilustres”: se proclaman, se celebran, todo el mundo está de acuerdo con lo que
dice, pero casi nadie lo cumple. Finalmente, se le pone un hermoso marco y ahí
se queda. Pero, ¿estamos a tiempo de salvar esta justa declaración?
Pedro Pozas, naturalista
y director ejecutivo del Proyecto Gran Simio en España lo ve complicado. “No existe
un programa concreto para la Carta de la Tierra, ni una obligatoriedad por
parte de los países para su puesta en práctica. Es cierto que organizaciones y
gobiernos locales (que no nacionales) han adoptado algunos de sus principios,
pero no es suficiente”. Por desgracia, este interesante documento se conoce muy
poco entre la ciudadanía. Incluso algunos círculos ecologistas desconocen su
existencia o la han olvidado. “Se ha traducido a más de 30 idiomas, pero sigue
navegando en solitario, sin rumbo, sin que la sociedad exija a sus políticos
que esta brillante carta, tal vez lo más hermoso creado por el hombre, sea
llevada a los programas electorales y sea base de todas las constituciones y
parlamentos del mundo”, añade.
¿Pero qué dice
la Carta?
Como ya explicamos en un artículo de Fundación
Melior, la Carta de la Tierra es el principal intento de redactar
una constitución global. La situación del planeta es muy crítica, por lo que la
humanidad debe elegir su futuro y esta iniciativa es la traducción a la
práctica de esa sociedad mundial sostenible, solidaria, justa y pacífica que
tanta falta hace en este siglo XXI. Sin embargo, parece que avanzamos en
dirección contraria. “Se están incumpliendo los cuatro pilares que defiende
esta carta”, explica Pedro. Son los siguientes:
1. Respeto y
cuidado de la vida
2. Integridad
ecológica
3. Justicia
social y económica
4. Democracia,
no violencia y paz
Razón no le falta al
reconocido naturalista, pues cada vez hay más países en guerra, más conflictos
enconados y los ciudadanos ven como poco a poco sus derechos desaparecen.
Además, la Tierra no deja de sufrir. Se elimina y asesina a líderes indígenas y
campesinos que defienden sus territorios, se les expulsa y se devastan sus
regiones. “Todo por las plantaciones de monocultivos, especialmente los de
palma aceitera que están arrasando millones de hectáreas en África, Indonesia,
Perú o Colombia”, añade.
Desconocimiento
y desidia
Quizá el gran problema al
que se enfrenta actualmente la Carta de la Tierra es el desconocimiento
generalizado que existe. “Para mí, aquel momento fue casi increíble. Ver a
tantos países reunidos, hablando de medio ambiente… Pero han pasado 14 años y
las generaciones que vinieron después desconocen esta carta y lo que
significa”, reconoce Pedro Pozas. Aun así, aunque la pasividad de la ciudadanía
es un problema, la desidia de los políticos lo es todavía más. “Nuestros
gobernantes no creen en ningún cambio, solo defienden sus intereses y les importa
muy poco lo que le pueda pasar a la Tierra. Solo quieren llenarse los bolsillos
y no hay país en donde no haya corrupción”.
De todas formas, los
políticos son el espejo de la sociedad, por tanto es muy difícil que de pronto,
un día, todos los ciudadanos se unan para defender el planeta y su
sostenibilidad. “Hace falta educación, es imprescindible. Nuestro futuro
depende de los niños que tienen 7 u 8 años, es la esperanza que nos queda”,
manifiesta Pedro. Pero la sociedad actual incentiva con sus actuaciones el
desgaste sistemático de la tierra y el agotamiento de los recursos. “Los
ciudadanos desconocen por ejemplo el crimen de lesa humanidad que supone el biocombustible,
que se produce mayormente de la palma de aceite, pues para plantar esta palmera
se están destruyendo selvas tropicales y con ella especies animales y
poblaciones indígenas enteras”, alarma. Los políticos nos lo venden como algo
“eco” o “bio” cuando, en verdad, está trayendo más destrucción y desertización
que cualquier otro combustible.
Aún estamos a
tiempo
Aunque estemos remando en
dirección contraria a esta Carta de la Tierra, Pedro Pozas quiere
dejar claro que la esperanza no está perdida del todo. “Hay muy poco margen de
maniobra”, asevera. De hecho, pone todas sus esperanzas en esa generación de
niños que está creciendo en solidaridad y tolerancia. Aun así, el sistema
capitalista que nos engulle acaba siempre premiando a los más fuertes. El
Darwinismo social se impone con fuerza en la sociedad actual y solo permite la
supervivencia de los más fuertes. Los de arriba, son los triunfadores. Los de
abajo, fracasados. Mientras esa concepción no cambie, mientras las personas no
se guíen por la solidaridad y el apoyo mutuo y mientras el egoísmo y la defensa
a ultranza de la propiedad reinen, nuestra existencia parece condenada.
“La única esperanza es el
cambio”, afirma Pedro. Ayudar al prójimo, ser menos consumista y más
sostenible. Pensar de manera colectiva, aportar soluciones que no solo me
beneficien a mí, buscar la mejora social de mi comunidad y no la mía
exclusivamente. Mientras no empecemos a creer en el bien común y en el
desarrollo sostenible no tenemos esperanza. El futuro de la sociedad tal y como
la conocemos depende de ello.
Aun así, si una carta ha
de recordarnos principios tan básicos como que para sobrevivir necesitamos
respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad, erradicar la pobreza como
un imperativo ético, social y ambiental o fortalecer las instituciones
democráticas para que exista transparencia y buena gobernabilidad, ¿de verdad
nos merecemos seguir aquí?
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