Cuando era joven con quince años no más, visite el zoológico de la casa de Campo de Madrid. Inconsciente como era del sufrimiento de los animales que allí estaban, llegue ante un orangután (por aquel entonces no sabia el nombre de la especie). Le vi pegado al cristal y lo que me llamó poderosamente la atención, fueron sus ojos, su mirada de persona, la expresión de tristeza y sus manos pegadas al cristal. Me acerqué y para mi, se paro el mundo, el tiempo. Había cogido un papel del suelo de su jaula de cristal y lentamente se lo llevó a los ojos, como queriendo limpiar las lágrimas. Ese acto tan humano y a su vez desolador y lleno de sentimiento, me hizo reflexionar profundamente y de mis ojos cayeron lágrimas de pena, lágrimas por no poder abrazarle y consolarle, lágrimas por el resto de los animales….saque una fotografía y huí como un ladrón, culpándome por todo y por nada a la vez, deseando llegar a casa y llorar abiertamente por ese ser que me regaló su mirada y con ella un mensaje que se hundió en mi corazón y que prometí desde entonces hacer todo lo posible por la defensa de los animales y en especial de los grandes simios que más tarde descubrí. Esa mirada, aún esta en mi retina y es la que me mantiene en la lucha por sus derechos fundamentales (la vida, la libertas y la no tortura), unos derechos que una vez conseguidos debemos trasladarlos al resto de nuestros hermanos los animales rompiendo la barrera de nuestra especie.
Hace unos días estuve en la Universidad Internacional de Paris, dando una conferencia sobre los grandes simios y la destrucción de las selvas tropicales. Por la noche me llevaron a un restaurante típico de Paris. Cuando iba por el postre y al mirar al suelo en una de esas miradas perdidas, vi de manera sorprendente, como un ratoncito pequeño salía de entre unas cortinas y el suelo y valientemente se ponía a una altura de un metro de distancia de donde estaba y se puso a dos patitas, mirándome fijamente. Me quede sorprendido, pero aún más cuando viendo que iba a pasar el camarero, corrió a esconderse tras la pata de una mesa que estaba vacía en frente mío. Una vez que paso, de nuevo salió de su escondite, llegó a la misma distancia y se puso a dos patitas. Los acompañantes a la cena que vieron también esta estampa y que la repitió hasta en tres ocasiones, me dijeron “es normal, saben que hay aquí un defensor de los animales y le debe de estar pidiendo sus derecho”. Si hubiéramos sido otros, nos habríamos quejado, maldecido por la repugnancia de ver a un ratón cenando, chivateado al camarero para que lo atrapara o matara e incluso pidiendo el libro de reclamaciones. Pero no, nuestra postura fue de admiración. Le salvamos la vida y le agradecí el haberme demostrado su simpatía, el haberse acercado a mí sin miedo y el haberme entregado esa complicidad que mantuvimos las veces que se escondía del camarero. Posteriormente mi hija me dijo que Ratatouille, un ratoncito cocinero protagonista de una película de niños, la acción se desarrolla en un restaurante de Paris. ¿Habré conocido al verdadero Ratatouille?
No tengo ninguna duda. Los seres vivos poseen sentimientos más o menos complejos, pero que deben llevarnos a respetarlos y protegerlos, a conservar su hábitat y su vida para que puedan seguir evolucionando en los diferentes ecosistemas de la biodiversidad de nuestro planeta. Tenemos que ser conscientes de la importancia que supone para la dignidad humana, el respeto incondicional del resto de los seres vivos, debemos llevar nuestro mensaje a los demás de una forma tierna, amable, libre de radicalismos y de prejuicios. No todos han podido llegar al umbral de nuestro conocimiento por el respeto a la vida y por ese motivo, tenemos que recoger el mensaje y extenderlo firme pero suavemente ante los demás. Mientras que existan miradas como la del orangután, la del gatito que te mira lindamente o la de ese perro cariñoso, existirá esperanza.
Hay mucha desunión entre animalistas, muchas peleas internas que no son nada buenas para nuestra causa. Lanzo desde aquí un llamamiento a la unión de animalistas y ecologistas. Si todos nos uniéramos en un frente común, no habría fuerza que pudiera contra nuestro corazón abierto al resto de las criaturas que pueblan nuestro entorno, nuestra Tierra.
Ratatouille, como yo ya le llamo a mi ratoncito de París, comprendía donde estaba el miedo y no era precisamente en nosotros. Romper la Barrera de la Especie, es el símbolo clave de nuestra existencia.
PEDRO POZAS TERRADOS
(Artículo publicado en la Revista 4patas de la Asociación Nacional de Amigos de los Animales - ANNA), en la sección Líderes de Manada.
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3 comentarios:
Animo . Tu lucha, mi lucha. Nuestra lucha. Tengo la mirada profunda y triste de un chimpance clavada en el alma. ¿Que delito cometio? Preso
Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo fuerte.
Pedro Pozas
Yo ayer vi la pelicula de el planeta de los simios y me dio mucha pena.
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