Sin duda Tres Cantos es un enclave tranquilo,
silencioso, una ciudad dormitorio que también puede convertirse en una ciudad
alegre, con fiestas, diversiones, con gentes haciendo deporte, disfrutando de
la hermosura de nuestros parajes naturales, de las bellas aves que de vez en
cuando vemos sobrevolando el cielo tricantino y que se trasladan a las zonas de
protección, como damas señoriales, reinas del cielo y de cualquiera que ame la
naturaleza, la vida. Todo armonía y paz. Pero llega el otoño. La hojas de los
árboles en un ciclo creado por nuestra madre Tierra, dan un adiós al señor
árbol que las ha mantenido acogidas en sus ramas y que han sido testigos
presenciales de numerosas historias de humanos y otros seres vivos que han sido
protagonistas en su entorno. Y caen silenciosas al suelo, una detrás de otra,
marchitas, sin color, ya que el verde
que ostentaban cuando se encontraban sujetas al árbol ha sido entregado al viento
para transformarlo en oxígeno.
Los
árboles que adornan nuestras calles siendo los guardianes de la salud y la
belleza de nuestro ecosistema urbano,
cubren las aceras de hojas bellas que caen a los pies de los viandantes
sembrando alfombras naturales que nos indican el comienzo de una nueva estación.
En los parques infantiles, estas hojas van creando mantos de colores pardos,
marrones de mil tonalidades que al ser pisadas crujen y se estremecen con un
lamento que anuncia la venida del jardinero. Pero es entonces cuando la
pesadilla llega a las calles y parques, con ruidos infernales que se escuchan
por doquier y la tranquilidad y armonía de una ciudad se convierte en un
infierno ensordecedor, en un ruido desde las ocho de la mañana que despiertan a los vecinos, a los ancianos
que descansan, a esos trabajadores nocturnos que al llegar el día duermen para
su siguiente turno. En algunos lugares concretos donde la biodiversidad vegetal
urbana es más tupida, esos ruidos continuados pueden alargarse varios días
hasta su limpieza total.
Me
estoy refiriendo a las sopladoras que los operarios de limpieza utilizan para
juntar las hojas y limpiarlas de las calzadas y jardines. Un ruido insistente.
Fuerte, superior a los decibelios permitidos y que afecta no solo a los
ciudadanos que descansan en sus domicilios, sino también sin duda a los
operarios que lo utilizan, ya que aunque tengan cascos de protección, no es
bueno para la salud de sus oídos escuchar el mismo ruido una y otra vez aunque
este mitigado por los cascos que muchas veces molestan.
La
contaminación acústica tiene que ser tenida en cuenta como otros tipos de
contaminación existentes y el ruido debe de atajarse y ser evitado para no
romper la armonía de nuestra ciudad. Fui testigo de la utilización de una
sopladora que no hacía nada de ruido al llevar silenciadores en la Plaza
Cibeles. Ante ello indagué por internet y existen silenciadores que pueden
acoplarse a las maquinas sopladoras y a otros vehículos pequeños que se emplean
para la recogida de los montículos de hojas acumuladas por las sopladoras.
Por
ello desde esta ventana a nuestra ciudad, pido al Ayuntamiento que busque la
forma para que la llegada de otoño sea también un momento mágico de explosiones
de colores urbanos y no el anuncio de las ruidosas máquinas humanas para
recoger las hojas caídas de unos árboles que nos ayudan a respirar. Los
silenciadores serían una buena medida a cumplir por la empresa que gestiona
este servicio y además también sería muy beneficiosa para la salud de sus
operadores y el descanso para los ciudadanos.
Es
un deseo que transmitimos desde estas páginas a nuestros servidores públicos
del Ayuntamiento para que sea tratado en el Consejo de la Ciudad. Pensemos la
llegada del Otoño como una estación señorial, llena de mil colores, donde la
naturaleza se renueva para darnos esa energía tan necesaria e indispensable
para la vida como es el oxígeno. Tenemos que desechar un otoño ruidoso y
molesto producido por máquinas humanas. Respetemos nuestros oídos. No a la
contaminación acústica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario