Alberto Vázquez-Figueroa
Cabría
imaginar que soy un indeseable y al que no le importa que árboles y cultivos
mueran o las personas y los animales sufran, pero quien pierda un minuto en
conocer mis motivos los entenderá y los compartirá.
Hace veinticuatro años cuando una gran sequia nos llevo al borde del abismo
invertí todo mi capital en idear y desarrollar un sistema capaz de desalar ingentes
cantidades de agua de mar a treinta céntimos los mil litros, devolviendo
energía eléctrica y sin producir salmuera.
No viene a cuenta explicar cómo funciona; baste saber que el gobierno invirtió
millones en diseñar plantas que abastecerían a los agricultores de cinco
regiones con graves problemas hídricos.
Me sentía orgulloso y entusiasmado pero las empresas embotelladoras
corrompieron a los políticos.
Por un litro de agua embotellada pagamos trescientas mil veces
más que por un litro de agua desalada y por lo tanto existe trescientas
mil veces más dinero a repartir.
Me consideré estafado y estuve al borde del suicidio.
Lo había perdido todo y consiguieron que me convirtiera en objeto de burla de
quienes - como borregos camino del matadero - se sometieron a pagar un euro por
una botella de agua de un tercio de litro; es decir, tres veces más
que por la gasolina.
¿En qué cabeza cabe pagar tres veces más por el agua que por la gasolina?
Me indigne y proteste, pero me amenazaron.
El agua embotellada es un negocio más sucio y más rentable que la prostitución
o las drogas, pero sus directivos son considerados empresarios
honorables.
Denuncié
que las amas de casa estaban condenadas a cargar eternamente con pesadas
garrafas y los agricultores a ver como sus cosechas morirían pero nadie me
escuchó.
Admito
que en ocasiones incluso lloré.
Hace tres meses un alto funcionario me indicó que la única forma de hacer
frente a la brutal sequía que se avecina sería retomar aquel sistema pero que
el Ministerio de Medio Ambiente no sabe donde guarda sus dos mil páginas de
planos y estudios.
Alguien
se ocupó de ocultarlos.
Le indiqué donde existe una copia pero los políticos prefieren vender el agua
de las cuencas de unos ríos agotados a los agricultores murcianos que son los
que más pagan por ella.
Hemos
llegado a un punto en que incluso en Galicia los curiosos se pasean por el
fondo de pantanos secos, los cauces de los ríos no llevan más que botellas de
plástico vacías, el país entero se desertifica y sus habitantes sufren
mientras los medios de comunicación se nutren de la publicidad de las
embotelladoras de agua.
Ya
no me sorprendo, ni me indigno, ni mucho menos lloro.
Quienes se dejan engañar y arrebatar lo que les pertenece no se lo merecen. Que
lloren ellos por sus grifos sin agua y sus cosechas
perdidas.
O que paguen trescientas mil veces más de lo que vale por algo esencial para la
vida.
Aconsejo leer el libro de Alberto: El agua prometida" (Consejo Pedro Pozas)
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