sábado, marzo 01, 2008

LA BICICLETA DE LA ESTACIÓN


¿Qué podrías decir si pudieras hablar y contar tu pesadilla? Un día tuviste un dueño. Una chica o un chico, no se sabe, nadie lo ha visto o al menos nadie se acuerda. Los humanos van de un lado a otro con prisas, con sus pensamientos, sus problemas y no deparan en mirar el entorno, ese mismo que todos los días realiza de forma rutinaria casi a la fuerza para poder vivir, o mejor dicho subsistir en un mundo creado por el agobio, las prisas y el mal humor. Tú le hiciste volar por los caminos, rodar por el asfalto y siempre protegiéndole, evitando pinchazos o caídas de elementos tuyos propios que pudieran dañar la estructura de tu cuerpo. Llegabas puntual y a la hora matinal a esa estación apartada de tu residencia habitual.

Lloviera, hiciera frío o helara, te ataban a una farola junto a la valla de la estación para evitar el robo y para que vieras como marchaba tu amo a ese asfalto donde según te habían dicho, el aire era negro asfixiante, el hormigón cubría cada centímetro, cada milímetro de espacio, donde no podías pedalear libre y sanamente, donde la gente tenía graves problemas pulmonares, donde el mundo dejaba de ser mundo para convertirse en un infierno de locos, en una ciudad de hierro amargo.

Pero un día no bajó en el tren de llegada y a la hora esperada. Claro, el intenso tráfico ferroviario habría repercutido como en alguna ocasión, en algún fallo de la línea y el retraso era evidente. En la ciudad ocurren muchos incidentes de este tipo y hay gente que llega tarde a trabajar o bien se demoran en el regreso. Es normal te decías, cuando otro tren llegó y tampoco bajaba a quien esperabas, a
quien te cuidaba con mimo, al que te ataba a la farola todos los días y cuando llegaba lo primero que hacía era atisbar a la farola donde estabas para ver si seguías allí, como un guardián fiel.

La verdad es que en la colmena de cemento, muchas cosas pueden pasar, desde accidentes hasta muertes premeditadas, olvidos, tristezas, melancolías…si juntáramos las nostalgias de los humanos en una mañana cualquiera, veríamos ríos de ilusiones perdidas brotar de todos los rincones, de todas las oficinas, de todos los asientos de los transportes públicos. Pero bueno, el trabajo le habría retrasado. Te resignaste y esperaste de nuevo al siguiente tren. Paso uno, y otro, llegó la noche. La estación vacía, nadie se acercó con una llave para abrir el candado y liberarte. Nadie. El silencio de la noche y el frío de la madrugada te hicieron caer en una profunda tristeza. Si, no hace falta como habías creído ir a la ciudad para estar desolado.

La mañana te despertó tiritando de frió y el trinar de cientos de pajarillos que se despertaban en los árboles junto a la estación para comenzar un nuevo día. Ellos si eran felices, pero en eso también te equivocabas, porque algunos también el mundo se había parado junto a sus alitas.

Fueron llegando una vez más los trenes y pasando las horas. Nada. Tenías un presentimiento fuerte que se fue acentuando según el sol avanzaba y se ocultaba de nuevo hasta llegar el atardecer. No vendría más. Habías sido abandonada junto a la farola, encadenada. El presentimiento se fue extendiendo por todo tu ser y el abandono te hizo perder presión en las ruedas, resignación, engaño, temblores pensando en lo peor, que alguien te desguazara y rompiera tu virtud y tu fidelidad. Pensabas que deberías estar ahí para cuando llegara, que no te sorprendiera dormida, con una vela imaginaria en tu manillar de la esperanza.

Y sí, a la segunda semana de estar en el mismo sitio, ver pasar a las mismas personas, y sentir como el tiempo se marchaba y venía……por fin….apareció una figura que quedó sola en el andén mirándote. La alegría fue infinita. No sabemos si alguien escuchó un grito que levantó a los pájaros de la estación, pero los cierto es que asustados muchos emprendieron el vuelo, aunque regresaron al hogar de sus nidos poco después. Era de noche……pero, ¿cómo entonces había llegado a la estación a quien tanto tiempo habías esperado?. No te importó, no querías pensar, la figu
ra sonriente se acercó a ti y mirándote, sonreía delicadamente….de su bolsillo saco una llave, la del candado, para darte libertad, para de nuevo poder rodar por la calzada alegre, contenta, despreocupada. La mano se fue acercando a la cerradura y se paro cuando casi la tocaba. No escucho el latido del corazón humano, no sentía su olor, sus ojos brillantes parecían estar a punto de romper a llorar…su mano avanzo y como por arte de magia se difuminó al querer tocar el candado de la libertad. Si, fueron unos momentos de confusión, de horror, de miedo…..la otra mano intento empuñar tu manillar pero también lo traspasó, como si se tratara de una mano virtual, no real, de una mano transparente, difuminada, deshecha…..y entonces comprendiste la verdad. No se habían olvidado de ti, había regresado del más allá sólo para darte un adiós, un último aliento, una sonrisa desde el otro lado de la realidad.

Tenías razón, la ciudad es un agujero negro para el pulmón, para la vida, que da alegrías pero también lanza aguijones de muerte. Y desde entonces tu vida también se fue. Ha pasado un año y medio, y todos los días te veo sola, triste, junto a la farola de la estación que te ha adoptado y protege, en un letargo sin fin en espera tal vez de esa mano firme que te de libertad.


PEDRO POZAS TERRADOS (NEMO)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Guay, Pedro. Me encanta. Además de poesía y sentimiento, hay su "pelín" de genes ferroviarios... Supone sensibilidad, mirada interior, y cita diaria con la RENFE ¿a que si? Hasta siempre. Ñanduty

Anónimo dijo...

Guay, Pedro. Me encanta. Además de poesía y sentimiento, hay su "pelín" de genes ferroviarios... Supone sensibilidad, mirada interior, y cita diaria con la RENFE ¿a que si? Hasta siempre. Ñanduty

Anónimo dijo...

Gracias Ñanduty, pues si, la verdad es que el tren y la estación siempre ha escrito muchas historias, de amor, de venganzas, de odios, de miterio......y la verdad, llevo viendo la bicicleta un año y medio y seguro que su propietario/a no pudo jamas regresar a cogerla. Es una historia triste real, pero a su vez como si de una leyenda urbana se tratara. Lo cierto es que todas las mañanas, alli sigue, naie la toca, es el monumento al misterio.

Un beso muy fuerte